Una vez acabadas sus elecciones, no se sabe quién será el nuevo Presidente del Gobierno.
Por Juan Ignacio Ibáñez
En la calle Ferraz de Madrid, afuera de la sede central
del partido PSOE, cientos de sus militantes estallaban en algarabía mientras ovacionaban
el discurso de su candidato, Pedro Sánchez, tras conocerse la obtención del
segundo lugar en las elecciones generales en España. Mientras tanto, en la
calle Génova, sede del otro partido, el PP, el candidato Alberto Núñez Feijóo, ganador
de esas mismas elecciones, apenas y pudo disimular su gran derrota ante la inminencia
de la investidura del candidato perdedor, Pedro Sánchez, como Presidente de
España para este nuevo periodo.
Esta situación tan paradójica para todos quienes
vivimos en el continente americano, nos resulta definitivamente incomprensible
y hasta antidemocrática, y ello debido a que nuestros sistemas democráticos y tradición
constitucional, son distintos a los de Europa, ya que aquí hemos mantenido la
forma de gobierno presidencial y en el viejo continente han cultivado la forma de
gobierno parlamentaria.
Desde hace ya más de tres siglos, uno de los
grandes debates del constitucionalismo ha sido la preferencia entre estos dos grandes
modelos, y hoy en día, luego de estas últimas elecciones en España, vuelven una
vez más las discusiones acerca de las virtudes y defectos del presidencialismo
y el parlamentarismo.
Sin duda mucho habrá para argumentar, pero a la
luz del reciente caso español, nuevamente se pone en realce una de las grandes
fortalezas de la forma presidencial, que al someter a votación directa de los
ciudadanos la elección misma del Presidente, gana quien verdaderamente ganó la
elección ciudadana, y no como en el parlamentarismo, que más bien gana la
Presidencia, quien logra conformar coaliciones partidarias en una segunda elección
en la Cámara de los Diputados recién electos, como ahora mismo estaría
sucediendo en España.
En la forma de gobierno presidencial quien elige
al Presidente es el voto mayoritario de los ciudadanos, mientras que en la
forma de gobierno parlamentario, quien elige al Presidente es el voto de cada
uno de sus parlamentarios.
Los enormes desafíos que debe afrontar un Presidente en el ejercicio de su gobierno, requieren que su autoridad tenga como sustento, una fortísima legitimidad democrática, la cual en el caso del parlamentarismo, muchas veces se pone en entredicho cuando las coaliciones partidarias bloquen al ganador de las elecciones ciudadanas, como ahora mismo parece sucederá en España.
Sin duda alguna, los ciudadanos de todas las democracias del mundo, seguimos tomando nota del curso de estos nuevos e importantes acontecimientos.
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